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Silvia
Freire
es argentina y vive en Buenos
Aires, Capital Federal.Escritora,
conferencista conductora de TV, columnista de radio,y guía de
un nutrido grupo de personas a las que acompaña en el camino hacia
la plenitud.
Estas actividades son distintos aspectos de su única
función, que es la de llegar a la gente con un mensaje de cambio
personal, autoeducación y crecimiento
espiritual.
Su
mensaje está orientado hacia el trabajo personal y el cambio a
partir de la auto-observación. Se basa en distintas herramientas de
auto-conocimiento y superación, y el Curso de Milagros como medio
fundamental para el cambio
interior.
Ha escrito varios libros y dado múltiples conferencias
en distintos puntos del país. |
REFLEXIONES DE
SILVIA
FREIRE:
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Religiones
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Hola! Soy Silvia Freire.
Todas las religiones coinciden en que estamos aquí porque quisimos vivir esta experiencia. Nos fuimos de la casa del Padre para conocer el sufrimiento, el apego, la enfermedad y la muerte.
Mucho tiempo yo sentí que era "injusto" lo que cuenta la parábola del hijo pródigo: que el padre agasajara al hijo que se fue, y festejara su regreso, dejando de lado al hijo que se quedó; y perdía de vista que el hijo que se quedó, vivió la presencia del Padre todo el tiempo. No olvidó, no vivió la ilusión de la separación; estuvo “en la gracia” todo el tiempo.
Me parece que esa es la enseñanza de la historia de Buda: él era príncipe, vivía en un palacio, casado con una mujer que lo amaba, cerca de su Padre que lo protegía de toda ilusión. Lo tenía todo, no necesitaba nada. Estaba siendo amado. Sus padres lo protegían. Tanto es así, que Buda no conocía la muerte, ni la enfermedad; creció sin conocer esas palabras. Hasta que en un momento, ve a través de la ventana un enfermo, y llama a su sirviente de confianza preguntando qué es eso, y el sirviente contesta "nada, nada, olvidate" pero resulta que Buda no se olvida, y decide ir a vivir esa experiencia. Lo que nos quieren decir, me parece, es que venimos por propia elección a esta vida, para vivir la experiencia del sufrimiento.
Entonces, por libre albedrío, decidimos ir a vivir la experiencia del dolor y la separación. Tal como el adolescente que decide ir a vivir solo, aunque ya no tenga el desayuno servido cuando se levanta, y dentro de la heladera lo único que encuentre sea un limón arrugado.
En la religión judía, los sonidos del shofar han marcado el más auspicioso suceso de su historia, la revelación Divina en el Monte Sinaí cuando se nos dio la Torá, y nuevamente en el futuro retumbarán para anunciar nuestra redención final con la venida del Mashíaj.
Es un crudo cuerno de carnero del que se emiten secos y poco melodiosos sonidos, vagamente inspiradores en el sentido usual de la palabra. ¿Cuál es, en verdad, el significado que se oculta detrás del shofar?
Había una vez un rey que prodigaba mucha atención y amor a su hijo único. Cuando el príncipe fue lo suficientemente mayor, el rey pensó que para su hijo resultaría muy enriquecedora la experiencia de viajar y aprender sobre el extenso mundo y los pueblos que viven más allá del reino. Dio su hijo una despedida real, y lo envió con una multitud de sirvientes y fondos suficientes como para asegurar que su viaje fuera placentero.
El tiempo pasó, las semanas se convirtieron en meses, y los meses en años. Finalmente, el príncipe, habiendo malgastado sus recursos, fue abandonado por sus sirvientes y obligado a viajar sin los atuendos de la realeza, como un pobre mendigo. Anhelando volver a su padre, el príncipe comenzó el viaje de regreso al reino.
A su retorno, sin embargo, se encontró con que había olvidado su lengua natal. Intentó comunicar a los habitantes locales que él era el príncipe, el hijo único de su rey, pero todo era en vano. Finalmente, desesperado por verse reunido con su padre, soltó un amargo y doloroso lamento que retumbó a lo lejos.
El rey, al oír este clamor, reconoció inmediatamente la voz. Abrazó a su hijo y lo devolvió a su posición real.
El príncipe, tal como se encuentra antes de abandonar el seno paternal, es el alma judía, y sus viajes son el viaje del alma hacia un cuerpo físico y un mundo material. El propósito de los viajes del príncipe es mejorar su conocimiento y sabiduría. Del mismo modo, el alma necesita del cuerpo para poder existir en el mundo físico, y cumplir Torá y mitzvot. Pues la plenitud del alma se logra únicamente mediante el trabajo con la físico, y a ello obedece su corporización en la forma humana.
En la travesía de la vida podemos llegar a perder de vista nuestro propósito, hasta que, como el príncipe que olvida su propia lengua, llegamos a estar tan alejados de nuestra fuente que olvidamos cómo vivir como judíos. Pero siempre hay un fulgor del alma judía que perdura y anhela volver a conectarse con Dios. El shofar es el clamor que emerge desde las profundidades de cada alma judía expresando su deseo de volver a Dios
Entre los sufíes, sólo el sonido del nay -la flauta de caña- tiene el poder de revelar el rostro de ese Otro, que es su auténtico ser. La voz del nay vuelve a abrir en el individuo una cicatriz, la de un pasado en que se encontraba visceralmente unido a las plantas, las piedras, el agua, las estrellas. El recuerdo de esta unión desaparece con el nacimiento. Pero cuando, en el silencio, oye elevarse las primeras notas del nay, la nostalgia lo invade, recuerda esa patria perdida.
"Todos hemos escuchado esta música en el Paraíso", escribía el poeta místico Djalâl al-Dîn Rûnî en el siglo XIII. "Aunque el agua y la arcilla que componen nuestro cuerpo hagan planear sobre nosotros la duda, algo de esa música vuelve a la memoria."
Si el nay posee ese poder de reminiscencia, ello se debe a que, según la tradición islámica, "la pluma de caña fue lo primero que creó Dios." También el nay, como el ser humano, ha sido arrancado de su lugar de origen: el cañaveral a orillas del estanque. "Desde entonces -se queja el nay, por la voz de Rûnî, el poeta-, mi lamento hace gemir al hombre y a la mujer. Llamo a un corazón desgarrado por la separación para revelarle el dolor del deseo."
Así, el nay es el doble del ser humano. Ambos llevan una herida en el pecho y están envueltos por las mismas ataduras. Ambos están vacíos y secos porque la tierra ya no los alimenta. Carecen de voz uno sin el otro. La flauta de caña está hecha para cantar; sólo revive en los labios del músico. Escuchando sus notas, éste percibe la inaudible vibración de la bóveda celeste y recuerda el tiempo en que estaba unido a sus pulsaciones. El tiempo en que, sin velo alguno, contemplaba el rostro radiante de Dios. "Somos la flauta, canta Rûnî, nuestra música viene de Ti."
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