MEDITACION : LA PRIMERA Y LA ULTIMA LIBERTAD (I)
Osho : ¿Qué es meditación?
Atestiguar: el espíritu de la meditación
Meditar es una aventura, la aventura más grande que la mente humana puede acometer. La meditación consiste simplemente en ser; ser sin hacer nada, sin acción, sin pensamiento, sin emoción. Simplemente eres, y ello es puro gozo. ¿De dónde viene ese gozo si es que no estás haciendo nada? No viene de ninguna parte, o viene de todas partes. No tiene causa, ya que la existencia está hecha de esa sustancia llamada gozo.
Cuando no estás haciendo nada en absoluto -ni corporalmente, ni mentalmente, ni a ningún otro nivel-, cuando toda actividad ha cesado en ti y simplemente eres, simplemente estás siendo, eso es meditación. No puedes hacerla, no puedes practicarla; solamente tienes que entenderla.
Siempre que puedas encontrar tiempo para solamente ser, abandona toda acción. Pensar también es hacer, la concentración también es hacer, la contemplación también es hacer. Aunque sólo sea por un instante, si no estás haciendo nada y estás en tu centro, completamente relajado, eso es meditación. Y una vez le hayas cogido el truco, puedes permanecer en ese estado tanto tiempo como quieras, hasta que finalmente puedas permanecer en ese estado las veinticuatro horas del día.
Lentamente, cuando te hayas dado cuenta de cómo tu ser puede permanecer imperturbable, puedes entonces empezar a hacer cosas, manteniéndote atento a que tu ser no se altere. Esa es la segunda parte de la meditación. Primero aprender a ser, después aprender a llevar a cabo pequeñas acciones -como limpiar el suelo o ducharse- pero manteniéndote centrado. Después podrás hacer cosas más complicadas. Por ejemplo, yo te estoy hablando, pero mi meditación no se interrumpe. Puedo seguir hablando, pero en mi propio centro no hay ni tan siquiera un murmullo; sólo silencio, un silencio absoluto.
Por tanto, la meditación no está en contra de la acción. No hay que huir de la vida. Simplemente te enseña una nueva forma de vivir, te conviertes en el centro del ciclón.
Tu vida prosigue, y en realidad lo hace más intensamente, con más alegría, más claridad, más creatividad, con mayor visión; sin embargo estás por encima, eres sólo un espectador que contempla desde la cima de la colina todo lo que está ocurriendo a su alrededor.
Tú no eres el hacedor, eres el observador.
Ese es el secreto de la meditación, que te conviertes en observador.
El hacer continúa a su propio nivel, no hay problema en eso: cortar leña, sacar agua del pozo... Puedes hacer cualquier cosa, ya sea pequeña o grande; sólo hay algo que no está permitido hacer: no debes perder tu centro.
Esa consciencia, esa observación, debe permanecer absolutamente clara e inmutable.
En el judaísmo hay una escuela mistérica rebelde llamada Jasidismo. Su fundador, Baal Shem, era un individuo extraño. Solía regresar del río a mitad de la noche. Tenía esa costumbre, pues en el río, de noche, había absoluta calma y quietud. Allí solía sentarse, simplemente, sin hacer nada, observándose a sí mismo, observando al observador. Una noche, cuando estaba de regreso, al pasar frente a la casa de un hombre rico se cruzó con el guarda apostado en la puerta.
El guarda, extrañado porque cada noche, exactamente a la misma hora, pasaba este hombre, salió y dijo: «Perdóname por interrumpirte, pero ya no puedo contener más mi curiosidad que me azuza día y noche, cada día. ¿Qué es lo que haces? ¿Por qué vas al río? Muchas veces te he seguido y allí no hay nada. Te sientas allí durante horas y a media noche regresas». Baal Shem le contestó: «Ya sé que me has seguido muchas veces, porque la noche es tan silenciosa que puedo oír tus pisadas. Y sé que cada día te escondes detrás de la puerta. Pero no eres el único que tiene curiosidad, yo también. ¿A qué te dedicas?».
El guardián dijo: «¿Que a qué me dedico? Soy un simple vigilante».
Baal Shem exclamó: «¡Dios mío, me has dado la palabra clave! ¡Yo también lo soy!».
El guarda respondió: «No lo entiendo. Si eres un vigilante deberías estar vigilando alguna casa, algún palacio. ¿Qué estás vigilando allí, sentado en la arena?».
Baal Shem dijo: «Hay una pequeña diferencia: tú vigilas para que nadie pueda entrar en el palacio; yo vigilo a éste vigilante. ¿Quién es éste vigilante? Ese es el esfuerzo de toda mi vida: me vigilo a mí mismo».
El vigilante dijo: «Extraña ocupación. ¿Quién va a retribuirte?».
«Es tal la dicha, tal la alegría, tan inmensa la bendición, que es, en sí misma, una recompensa. Todos los tesoros no son nada comparados con uno solo de estos momentos», contestó Baal Shem.
El vigilante dijo: «Es extraño. He estado observando toda mi vida y nunca tuve una experiencia así de hermosa. Mañana por la noche iré contigo; enséñame. Porque yo sé cómo vigilar; pero parece ser que debe hacerse en otra dirección; tú observas en una dirección distinta».
Sólo hay un paso, y ese paso tiene que ver con la dirección, con la dimensión. Podemos focalizarnos sobre lo exterior, o bien cerrar nuestros ojos al exterior y permitir que toda nuestra consciencia se centre interiormente; y entonces sabrás; porque eres un conocedor, eres consciencia. Nunca la has perdido. Simplemente la tienes enredada en mil y una cosas. Deja de dirigir tu atención a todas partes, permite que la consciencia repose en ti y habrás llegado a casa.
El núcleo esencial de la meditación, su espíritu, es aprender a atestiguar.
Un cuervo grazna... tú lo escuchas. Son dos cosas: objeto y sujeto. Pero, ¿acaso no ves al testigo que observa a ambos, al cuervo y al que escucha? Y, sin embargo, hay alguien observando a ambos. Es un fenómeno sumamente simple.
Estás viendo un árbol: tú estás ahí, el árbol está ahí; pero, ¿no encuentras algo más? Y es que tú estás viendo el árbol, y hay un testigo en ti que está viendo que tú estás viendo el árbol.
Observar es meditación. Lo que observes es irrelevante. Puedes observar árboles, puedes observar un río, puedes observar las nubes, puedes observar a unos niños jugando a tu alrededor. Observar es meditación. Lo que observes no es importante; el objeto no es la cuestión.
La naturaleza de la observación, la cualidad de ser consciente y estar alerta, eso es la meditación. Recuerda: meditación significa consciencia. Cualquier cosa que hagas con consciencia es meditación. No se trata de la acción en sí, sino de la cualidad que le imprimas a la acción. Andar puede ser meditación si lo haces estando alerta. Estar sentado puede ser meditación si estás sentado alerta. Escuchar a los pájaros puede ser meditación si escuchas con consciencia. Escuchar el sonido interno de tu mente puede ser meditación si permaneces alerta y vigilante.
Lo esencial es permanecer consciente. Entonces cualquier cosa que hagas será meditación.
El primer paso para ser consciente es ser sumamente observador de tu propio cuerpo.
Poco a poco uno toma consciencia de cada gesto, de cada movimiento. Y a medida que te vas volviendo consciente empieza a ocurrir un milagro: muchas cosas que solías hacer antes simplemente desaparecen, tu cuerpo se vuelve más relajado, más armónico, una profunda paz empieza a reinar en tu cuerpo, una música sutil vibra en tu cuerpo. Después, empieza a darte cuenta de tus pensamientos; el mismo proceso ha de seguirse con los pensamientos. Son más sutiles que el cuerpo y, desde luego, más peligrosos. Cuando seas consciente de tus pensamientos, te sorprenderá descubrir lo que está sucediendo dentro de ti. Si escribes lo que está sucediendo en tu mente a cada momento, te llevarás una gran sorpresa. No creerás lo que está ocurriendo en tu interior.
Pasados unos diez minutos, léelo: ¡verás que hay un loco dentro de ti! Al no darnos cuenta, toda esa locura nos arrastra como una corriente de fondo. Afecta a todo lo que haces y a todo lo que no haces; afecta a todo.
¡Y la suma total de ello es lo que será tu vida! Por tanto hay que transformar a este loco. Y el milagro de la consciencia es que no necesitas hacer nada excepto ser consciente.
El propio fenómeno de observar lo cambia todo. Poco a poco la locura desaparece, poco a poco los pensamientos empiezan a encajar dentro de una pauta; ya no hay más caos, se convierte en un cosmos. Entonces, prevalece una paz más profunda. Cuando tu cuerpo y tu mente estén en paz, verás que están en armonía el uno con el otro, que hay un puente. Ya no corren en direcciones distintas, no cabalgan sobre caballos distintos. Por primera vez hay acuerdo, y ese acuerdo es de una ayuda inmensa para trabajar en la tercera etapa, que consiste en ser consciente de tus sentimientos, emociones y estados de ánimo.
Ésta es la etapa más sutil y la más difícil, pero si puedes ser consciente de los pensamientos, sólo es un paso más. Se necesita una consciencia más profunda para empezar a reflejar tus estados de ánimo, emociones y sentimientos. Una vez seas consciente de estas tres cosas, todas ellas se unen en un mismo fenómeno. Y cuando estas tres cosas sean una, funcionando juntas perfectamente, en armonía, podrás sentir su música: se han convertido en una orquesta. Entonces se llega a la cuarta etapa, la cual no está en tus manos lograr. Ocurre por sí misma. Es un regalo, una recompensa para aquéllos que han recorrido las tres etapas anteriores.
La cuarta etapa es la consciencia suprema que le convierte a uno en un ser despierto. Uno se vuelve consciente de su propia consciencia. Esta es la cuarta etapa, lo que hace que uno sea un buda, el que está despierto. Sólo en ese despertar se llega a saber lo que es el estado de beatitud.
El cuerpo conoce el placer, la mente conoce la alegría, el corazón conoce la felicidad. El que alcanza la cuarta etapa conoce la beatitud. Esa dicha suprema es la meta de sannyas, de un buscador, y la consciencia es el camino para ello.
Lo importante es que estés alerta, que no olvides observar, estar observando... observando... observando.
Y poco a poco, a medida que el observador se vaya haciendo más sólido, estable, inquebrantable, se produce una transformación: desaparecen las cosas que estabas observando. Por primera vez el propio observador se convierte en el observado, el que mira se convierte en lo mirado.
Has llegado a casa.
MEDITACION : LA PRIMERA Y LA ULTIMA LIBERTAD, pag 16-19 |