semejanza con las doctrinas cristianas, hizo pensar que se trataba de una revelación divina anterior a la cristiana, que atestiguaría un saber de origen divino del cual todas las filosofías antiguas habrían participado, lo que, a su vez, convertiría la filosofía en una aspiración de unión con Dios o, lo que es lo mismo, en una religión. Las obras de este hipotético autor, reconocidas como de gran valía por Cicerón, Lactancio, San Agustín y muchos autores medievales y renacentistas (traducidas al latín por Marcilio Ficino en 1471), son una especulación cosmológica con elementos astrológicos y astronómicos, caldeos y helenísticos, de la física aristotélica y de la antropología pitagórico-platónica, que también aparecen como un instrumento de liberación salvífica. No obstante, como ya hemos mencionado, la crítica filológica (iniciada ya por Casaubon en 1614) ha demostrado que se trata de una serie de distintos escritos debidos a diversos autores de los siglos II y III d.C., probablemente griegos, en los que se mezclan sin rigor las mencionadas doctrinas filosóficas y religiosas, y que son un ejemplo del sincretismo y eclecticismo de la filosofía salvífica popular griega, propia del período helenístico tardío. |