ESPEJOS Y REFLEJOS

Con frecuencia se utiliza el símil del espejo y los reflejos para explicar la claridad del estado natural, simbolizando el espejo al estado natural y los reflejos a los diferentes fenómenos y experiencias. Abundando en dicha metáfora, sería interesante recordar algunas características tanto del espejo como de los reflejos.

El espejo no se ubica en lugar ni en tiempo alguno, sino que toda manifestación espaciotemporal —incluida la mente, la conciencia, el yo— tiene lugar en el seno del espejo. Recordemos, en ese sentido, el paradigmático caso del poema de transmisión del sexto patriarca del zen, donde su rival confundió el espejo con la mente condicionada o la conciencia pura. Propiamente hablando, el verdadero espejo es no-mente, esto es, una mente que no se apoya en ningún lado y que el Sutra del Diamante atribuye a los verdaderos bodhisattvas. Una mente que no se apoya en ningún lado carece de todo apego o posición fija. No mora en el pensamiento ni en el no-pensamiento, ni en la forma ni en el vacío, ni en samsara ni en nirvana. Dado que la no-permanencia es una cualidad intrínseca de la realidad, parece un buen consejo tratar de identificar esa cualidad en cada una de nuestras experiencias. La naturaleza del espejo es reflejar. Los reflejos no alteran la naturaleza del espejo. El espejo tampoco altera la naturaleza de los reflejos. Ninguno de los reflejos es, por sí mismo, el espejo pero, no obstante, los reflejos permiten conocer la existencia del espejo porque, si bien los reflejos no son el espejo, se proyectan o se producen en el mismo espejo.En cuanto a los reflejos que se proyectan sobre la superficie del espejo, ningún reflejo está unido ni separado del resto. Los reflejos, en tanto que tales, no son iguales ni diferentes. Todos ellos se proyectan al mismo tiempo. No se puede decir dónde comienza y dónde termina cada reflejo. Con independencia de su tamaño aparente, el límite de cada reflejo es la totalidad del espejo. Los reflejos de los distintos objetos forman un único reflejo. Todos los reflejos son interdependientes. No se puede establecer una separación absoluta entre los reflejos que proyecta el espejo. Esta situación es aplicable tanto al espacio como al tiempo. De ese modo, formamos parte de una vasta red de relaciones que abarca la totalidad del espacio y el tiempo. De hecho, en los reflejos no existe exterior ni interior. No están divididos en partes: sensaciones, emociones, percepciones, pensamientos, sino que todo se refleja al unísono y no es posible establecer una separación definitiva entre cada reflejo.El espejo no tiene ninguna preferencia alguna en cuanto a la cualidad o cantidad de reflejos que se proyectan en su superficie. Es ecuánime. No se identifica a sí mismo y no identifica cosa alguna. Es completa claridad.El espejo y los reflejos están vacíos de dualidad y siempre lo han estado. El espejo trasciende completamente los reflejos, pero no puede decirse que esté separado de ellos. Es —como dicen algunas tradiciones religiosas— lo eternamente otro más cerca de uno mismo que la propia vena yugular. Es tan sagrado como ordinario. No se ve afectado por sujeto y objeto. No es ninguno de ellos aunque los contiene a ambos. En él se reflejan por igual los cuatro modos de la lógica budista (es, no es, es y no es, ni es ni no es) y se halla, por tanto, más allá de ellos.No puede decirse que el espejo sea éste o aquel reflejo y ni siquiera la suma de todos ellos. Lo que define al espejo es su capacidad de reflejar. El espejo tiene el potencial de reflejar pero eso no significa que deban aparecer necesariamente unas imágenes u otras, ya sean samsáricas o lo contrario. Las apariencias y las experiencias son el reflejo del estado natural de la mente. Pero el reflejo no es realmente un objeto dotado de existencia sólida e inherente, sino que sólo aparece debido al poder reflector del espejo. Según la doctrina de la vacuidad, el reflejo, la ilusión, no esconde nada detrás de sí. El samsara carece de profundidad y de identidad definitivas.

Lo fundamental es identificar la presencia del espejo y percibir la naturaleza de los reflejos como tales o como meras visiones y no como entidades sólidas, es decir, percibir los reflejos como meros reflejos. Es importante comprender la naturaleza de los reflejos como tales, es decir, comprender que objeto y sujeto —y todas las experiencias concomitantes— son meras visiones y no entidades sólidas. Cuando perdemos de vista que la realidad es un reflejo acabamos solidificándola y atribuyéndole una existencia independiente y permanente.




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