Ananda Kentish Coomaraswamy
DOS CAMINOS HACIA LA MISMA CUMBRE
Ensayo publicado en Las grandes religiones enjuician al Cristianismo, Ed. Mensajero, Bilbao, 1971.
Nacido en 1877 en Colombo, Ceilán, de madre inglesa y padre cingalés, Ananda Kentish Coomaraswamy fue llevado a Inglaterra a los dos años. Allí permaneció basta el término de sus estudios a los veinticinco años, edad en que obtuvo el título de doctor en Ciencias por la Universidad de Londres. De la mineralogía y geología, su afición, se orientó a la teología y el arte, y en 1917 se trasladó a América para agregarse al Museo de Bellas Artes de Boston. Como creyente hindú ha afirmado que una fiel explicación del Hinduismo debería lograrse más por negaciones categóricas que por afirmaciones. Entre las principales obras de Coomaraswamy hay que reseñar: La transformación de la Naturaleza en Arte, Hinduismo y Budismo, Historia del arte en la India e Indonesia. El siguiente ensayo pertenece al libro ¿Soy yo el guardián de mi hermano? (1).
No hay religión natural... lo mismo que todos los hombres son iguales (aunque infinitamente diversos), así todas las religiones son similares, tienen la misma fuente (William Blake).
No hay más que una salvación para toda la humanidad, y es la vida de Dios en el alma (William Law).
La frecuencia cada vez más creciente de las relaciones mutuas que para los objetivos de este ensayo deben adoptar los cristianos, y los otros hombres que pertenecen a la gran mayoría no cristiana, ha hecho más urgente que en ninguna ocasión anterior la necesidad de comprender las religiones que practican. Tal comprensión es al mismo tiempo digna de ser estimada por sí misma e indispensable para la solución pacífica de los problemas políticos y económicos por cuya causa los pueblos del mundo están actualmente más divididos que unidos. No podemos establecer relaciones humanas con otros pueblos si estamos convencidos de nuestra superioridad o de nuestra mayor sabiduría y sólo queremos convertirlos a nuestro modo de pensar. El cristiano moderno, que considera al mundo como su parroquia, se enfrenta con la difícil empresa de convertirse a sí mismo en ciudadano del mundo; se le invita a participar en un simposio y en un convivium, no para presidir -para eso hay Otro que preside ocultamente- sino para ser uno de los muchos invitados.
No hace todavía mucho, sólo a los misioneros se les exigía un estudio de las religiones diferentes de la propia. Incluso este ensayo, por ejemplo, se funda en una petición hecha a un amplio grupo de profesores para un curso titulado "Cómo enseñar sobre los otros pueblos", patrocinado por el Departamento de Enseñanza de Nueva York y por la Asociación "East and West". Se ha propuesto también que en las escuelas y universidades de la postguerra habría que introducir la enseñanza de los principios fundamentales de las grandes religiones del mundo, como un modo de incrementar la comprensión internacional y promocionar la idea de la ciudadanía del mundo.
La cuestión surge inmediatamente. ¿Quiénes habrían de impartir perfectamente esa enseñanza? Es evidente que no puede haber comprendido, y por tanto estar capacitado para enseñar una religión, el que es hostil a toda religión; por tanto hay que excluir a todo humanista racionalista y científico y en último término a los que conciben la religión en un sentido meramente ético y no teológico. Lo ideal sería que, para las grandes religiones, los maestros fueran sus creyentes, pero este ideal por ahora sólo puede llevarse a efecto en las universidades más importantes. Se ha propuesto establecer una escuela de esta materia en Oxford.
En la situación actual, una enseñanza sobre religiones distintas que la cristiana se da principalmente en los seminarios y en los centros de formación de misioneros y por hombres persuadidos de que el cristianismo es la única religión verdadera, que aprueban las misiones extranjeras y se dedican a preparar hombres para esa empresa. En tales condiciones, el estudio comparativo de las religiones toma necesariamente un carácter distinto del de las demás disciplinas; pero esto no se puede dejar al margen. Es evidente que, cuando nos ponemos a enseñar, nuestra intención tendría que ser únicamente el transmitir la verdad; pero cuando se aborda una materia para garantizar que el objeto que se expone es de valor intrínsecamente inferior y se expone la materia no "con amore", sino únicamente para instruir al futuro enseñante sobre problemas con los cuales tendrá que enfrentarse, se puede sospechar con fundamento que al menos una parte de la verdad se suprimirá consciente o inconscientemente.
Si hay que abordar el estudio comparado de las religiones lo mismo que las demás disciplinas, el profesor deberá haber reconocido que su propia religión es una de las que van a ser "comparadas"; no puede exponer ningún tipo de "teorías mimadas" de su propia cosecha, sino presentar sin equívocos la verdad, en la medida en que esté en su poder. De otro modo, "será necesario reconocer que las instituciones que están basadas en las mismas premisas, digamos sobrenaturales, deben ser consideradas en conjunto, la nuestra con las demás", ya que "aunque exista un problema de imperialismo, o de prejuicios raciales, o de contraste entre la cristiandad y el paganismo, nosotros estamos preocupados con la singularidad... de nuestras propias instituciones y de las realizaciones de nuestra propia civilización" (2). Pero uno no puede menos de preguntarse si el cristiano que está absolutamente convencido de que la suya es la única religión verdadera puede permitir en conciencia exponer lo que es otra religión, sabiendo que no puede hacerlo honestamente.
Así, al proponernos enseñar sobre otros pueblos, nos enfrentamos con el problema de la tolerancia. La palabra no es una futilidad. El tolerar es ponerse en lugar de otro, aguantar o sufrir la existencia de lo que es o parece ser un modo de pensar distinto del nuestro, y nunca es muy agradable "ponerse en lugar" de nuestros vecinos y demás huéspedes y sentir que las creencias y las instituciones más arraigadas de uno están siendo pacientemente "soportadas". Con todo, si el mundo occidental es hoy más tolerante de lo que era hace siglos, o lo ha sido desde el hundimiento del imperio romano, lo es en gran parte porque los hombres ya no están seguros de que haya una verdad de la que podamos tener certeza y se inclinan a la idea "democrática" de que la opinión de un hombre es tan buena como la de otro, especialmente en asuntos de política, arte y religión. La tolerancia, entonces, es una virtud meramente negativa, que no exige el sacrificio de nuestra soberbia espiritual ni supone la renuncia de nuestro sentido de superioridad; puede recomendarse sólo en cuanto significa que modera nuestro odio o persecución a quienes difieren o parecen diferir de nosotros en costumbres o creencias. La tolerancia nos lleva a compadecer incluso a los que son diferentes de nosotros. ¡Tienen que ser compadecidos!
La tolerancia, llevada más allá, denota indiferencia y se hace intolerable. Nuestra propuesta no es que se toleren las herejías, sino más bien que se llegue a un acuerdo con la verdad. Nuestro intento es que el objeto exacto de una educación en el estudio comparado de las religiones capacite al alumno para tratar con otros creyentes sobre la validez de las doctrinas particulares, dejando de lado el problema de la verdad o falsedad del cuerpo doctrinal, de su superioridad o inferioridad, y que al menos tengamos una oportunidad de conocer en qué aspectos difieren actualmente unas de otras y cuándo es en cosas esenciales y cuándo en cosas accidentales. Ciertamente, tendrán que diferir inevitablemente en lo accidental, ya que "nada puede ser conocido sino según la capacidad del que conoce". Por lo menos debe haber sido instruido para reconocer los símbolos equivalentes, por ejemplo la rosa y la flor de loto (Rosa mundi y Pádmaváti); que Soma es "el pan y el agua de vida"; o que el Hacedor de todas las cosas no tiene un significado accidental, sino necesariamente el de un artífice, cuando el material del que el mundo está hecho es Hylis (materia). El objetivo que proponemos tiene esta ventaja inmediata y a largo plazo: que no está en conflicto ni siquiera con la más rígida ortodoxia cristiana; nunca se ha negado que algunas verdades hayan sido incorporadas a las creencias paganas, e incluso Santo Tomás de Aquino estaba atento a encontrar, y lo deseaba, en las obras de los filósofos paganos "pruebas extrínsecas y probables" de las verdades del Cristianismo. Cierto es que sólo estaba familiarizado con los clásicos, los judíos y algunos árabes, pero no hay motivo para que el cristiano moderno, si está bien preparado, no pueda reconocer o ser capaz de ello en las formulaciones de los Vedas, los sufíes, los taoístas o los indios americanos, formulaciones extrínsecas y probables pruebas de la verdad que conoce. Es más que probable, sin duda, que su contacto con otros creyentes será muy beneficioso para el estudiante cristiano en su exégesis y su comprensión de su propia doctrina, ya que aunque sea creyente lo es a pesar del ambiente intelectual racionalista en que ha nacido y ha sido educado. Mientras el oriental (para el cual los milagros atribuidos a Cristo no presentan problemas) es todavía un realista, nacido y educado en un ambiente realista, está en disposición de asimilar a Platón y a San Juan, a Dante o al Maestro Eckhart, más sencilla y directamente que el estudiante occidental, que no puede menos que haber sido afectado en cierto grado por las dudas y dificultades a que están sometidos aquellos cuya educación y ambiente están en gran parte secularizados.
Un procedimiento como el que hemos sugerido nos proporciona inmediatamente una base para una comprensión y cooperación mutuas. Lo que tenemos ante la vista es una definitiva "reunión de las Iglesias" en un sentido más amplio del que esta expresión se utiliza corrientemente: que alianzas activas, por ejemplo, entre el Cristianismo, el Hinduismo y el Islam, sobre la base de los primeros principios básicos admitidos por todos y con vista a una cooperación efectiva en la aplicación de estos principios a tareas contingentes de realizaciones prácticas y de comprensión, sustituya a lo que al presente es una guerra civil entre los miembros de la familia humana, hijos del mismo y único Dios "al que -como dice Filón- con un acuerdo unánime reconocen todos los griegos y bárbaros" (3). Al referirse a esta expresión nota el profesor Goodenough: "En cuanto puedo ver, Filón reflejaba sencillamente la verdad sobre el paganismo, como él la veía y no como siempre la ha deformado la propaganda cristiana".
Es necesario no disimular que esa alianza llevará inevitablemente consigo un abandono de las empresas misioneras tal como ahora existen; conferencias interconfesionales ocuparían el lugar de esas expediciones proselitistas cuyo único resultado permanente es la secularización y la destrucción de las culturas existentes y el desarraigar a los individuos. Vosotros ya habéis alcanzado el punto en el que la cultura y la religión, lo utilitario y lo ideológico se han divorciado y pueden considerarse cosas distintas, pero esto no es cierto en los pueblos que os disponéis a convertir, cuya religión y cuya cultura son una sola e idéntica cosa y ninguna de las actividades de su vida son necesariamente profanas o sin contenido espiritual. Si alguna vez tenéis éxito al persuadir a los hindúes de que sus escrituras reveladas son únicamente válidas como "literatura", los habréis rebajado al nivel de vuestros "intelectuales" que leen la Biblia, a lo sumo, como literatura. Así es el Cristianismo en la India, como la hermana Nivedita (distinguida alumna de Patrick Geddes y autora de "La trama de la vida india") notaba una vez: "Lleváis la embriaguez a su despertar, ya que si enseñais que lo que se ha tenido como bueno es malo, estareis dispuesto a pensar que lo que se ha tenido por malo es bueno".
Todos estamos igualmente necesitados de arrepentimiento y conversión, de "un cambio de mente" y de "un retorno", pero no de una forma de creer a otra, sino de la incredulidad a la fe. No puede haber forma más viciosa de tolerancia que el acercarse a un hombre para decirle: "ambos servimos al mismo Dios, tú según tus caminos y yo según los de El". El "recorrer el mar y la tierra para hacer un solo prosélito" puede convertirse en una institución sólo mientras persista nuestra ignorancia sobre la fe de los pueblos. El subvencionar instituciones de enseñanza o asistencia sanitaria adscritos al fin primordial de la conversión es una forma de simonía y el quebrantamiento de la consigna "Curad a los enfermos... no llevéis oro, plata o bronce en vuestro cinto, no alforjas para el camino... os envío como ovejas en medio de lobos". A donde vayáis, no debe ser como maestros o superiores, sino como huéspedes, o como podríamos decir según el estilo actual, "como profesores de intercambio" y no podéis al volver traicionar las confidencias de vuestros huéspedes en un libelo. Vuestra vocación debe purificarse de cualquier noción de misión civilizadora, pues lo que tenéis aquí "por patrimonio del hombre blanco" es allá un asunto de "fantasmas blancos en los mares del Sur".
Vuestra civilización "cristiana" está acabándose en un desastre, ¡y tenéis la insolencia de ofrecerla a los demás! Daos cuenta de que, como decía el profesor Plumer (4), "el mejor modo de traicionar a nuestros aliados chinos es venderles, darles o prestarles nuestro modo de vida (americano)" y que la más importante tarea que podéis emprender para el presente y futuro es convencer al oriente de que la civilización de Europa es cristiana sólo en un sentido o que hay actualmente europeos razonables, justos y tolerantes, en medio esos "bárbaros" bajo el temor de los cuales vive el oriente.
La palabra herejía significa "opción": el tener opiniones particulares y pensar como nos gusta. Sólo hoy podemos comprender su sentido real; hoy, cuando "el opinar libremente" se recomienda tanto, (con el requisito de que debe ser al cien por cien), es únicamente cuando nos damos cuenta de que el sinónimo moderno de herejía es traición. La gran herejía, y tal vez la única auténtica herejía del Cristianismo moderno a los ojos de los otros creyentes, es el reclamar para sí una verdad exclusiva; pues es "traición" contra "Aquel que nunca queda sin el testimonio" y sólo se puede comparar con la negación de Cristo por Pedro; y quien diga a sus amigos paganos que "la luz que en vosotros existe son tinieblas", ofendiéndoles ofende al Padre de las luces. Según el conocido comentario de San Ambrosio a la carta primera a los Cor. (cap. XII, v. 2), "todo lo que es verdad, sea quien quiera el que lo haya dicho, viene del Espíritu Santo" (sentencia sancionada por Santo Tomás de Aquino), se os puede preguntar: "¿en qué terreno os proponéis distinguir entre vuestra religión "revelada" y nuestra religión "natural", ya que, de hecho, nosotros también apelamos a un origen sobrenatural?". Puede ser que a esa pregunta no le encontréis una respuesta fácil.
El apelar a una validez exclusiva no está calculado precisamente para la supervivencia del Cristianismo en un mundo dispuesto a comprobar todas las cosas. Al contrario, puede dañar enormemente su prestigio en relación con otras religiones en las que prevalece una actitud muy distinta y que no se someten a la necesidad de meterse en una polémica. Como ha dicho un gran teólogo alemán: "La cultura humana (Menschheitbildung) es un todo unitario, y sus culturas separadas son los dialectos de un mismo idioma del espíritu" (5). La querella del Cristianismo con las otras religiones parece a un oriental por lo menos como un error táctico en el conflicto ideal de las motivaciones sensatas, como hubiera sido en la última guerra para los aliados volverse contra los chinos en la batalla decisiva. Ni siquiera querrán tomar parte en esa contienda; a lo sumo dirán, como he dicho yo varias veces a mis amigos cristianos: "aunque no estéis en vuestro puesto, nosotros estamos en el nuestro". La actitud del convertido se expresa raramente, pero dos veces en mi vida me he encontrado con un católico que pudiera admitir libremente que para un hindú el hacerse cristiano no era esencial para la salvación. Con todo, podíamos creerlo, la Verdad o la Justicia con las que todos igualmente estamos relacionados incondicionalmente es como la tabla redonda a la que "se sienta todo el mundo cristiano y pagano" para comer el mismo pan y beber el mismo vino y en la cual "todos son iguales, el alto lo mismo que el bajo". Un destacado católico, amigo mío, en una carta habla de Sri Ramakrishna como de "otro Cristo... un doble de Cristo".
Consideremos por un momento el punto de vista expresado por los clásicos y otros no cristianos cuando hablaban de una religión distinta a la suya. Ya hemos citado a Filón. Y Plutarco, con amarga ironía, ataca a los evemeristas (6) griegos que "difunden el ateísmo en todo el mundo abandonando los dioses de nuestra fe y transformándolos todos en nombre de generales, almirantes y reyes", y a los griegos que ya no podían distinguir a Apolo (el Sol inteligible), de Helios (el Sol sensible), y sigue hasta decir: "Y no hablamos de los distintos dioses de los diversos pueblos, o de los dioses como "bárbaros" y "griegos", sino como uno común a todos, aunque denominado con nombres distintos por los diversos pueblos, de modo que de la Unica Razón (Logos) que ordena todas las cosas, o la Unica Providencia que todo vigila, han surgido las potestades menores (dioses, ángeles) que están destinadas a cuidar de todas las cosas, que obtienen en los distintos pueblos diversas denominaciones y competencias, según sus costumbres y caracteres" (7); Apuleyo reconoce que la Isis egipcia (nuestra Madre Naturaleza, y Madonna, Natura Naturans, Creatrix, Deus) es adorada en todo el mundo de modos diversos y con cultos diferentes" ("El asno de oro").
Jahangir, el emperador musulmán de la India, al escribir a su amigo y maestro el eremita hindú Jadrup, dice que "su Vedanta es lo mismo que nuestro Tasawwulf", y, de hecho, en el Norte de la India abunda un tipo de literatura religiosa en la que es difícil, sino imposible, distinguir los elementos musulmanes de los hinduistas. La diferencia de las formas de religión es innegablemente, como observa el profesor Nicholson, "una doctrina fundamental Sufí" (8). Así, encontramos a un Ibn-al-'Arabi afirmando: "Mi corazón es capaz de toda forma, es un pastizal para las gacelas y un convento para los monjes cristianos. Y un templo de ídolos y la peregrinación de la Kaaba, y las tablas de la Torah y el libro del Corán. Yo sigo la religión del Amor, cualquiera que sea la ruta que siga este camello, mi religión y mi fe es la verdadera religión" (9).
Es decir, que tú y yo, cuyas religiones son diferentes, podemos decirnos uno al otro "la mía es la religión verdadera" y "la tuya es la religión verdadera", ya que ni uno ni otro, ni ambos, somos verdaderamente religiosos por la forma de nuestra religión sino por nosotros mismos y por la gracia. Por eso dice también Saham-i-Tabriz: "Si la expresión de mi Creencia se ha encontrado en un templo de ídolos ¡Fue pecado mortal el limitar la Kaaba! Pero la Kaaba no es una iglesia si Su huella se ha perdido. Mi Kaaba es cualquier "iglesia" en la cual se ha encontrado Su huella" (10). De igual modo, en el Hinduismo, el poeta santo tamil, Tayumanavar, dice, por ejemplo, en el himno a Siva: "Tú inspiraste debidamente como maestro a millones de religiones. Tú te has mostrado en cada religión como fundamento de multitud de tratados, disertaciones, ciencias, temas convertidos en su dogma, en su meta final" (11).
El Bhaktakalpadruma de Pratapa Simha sostiene que "cada hombre podría, en cuanto Tú lo permites, ayudarse con la lectura de las Escrituras de su Iglesia o de las de otra" (12).
En el Bhagavad-Gita (VII, 21), Sri Krishna declara: "Si cualquiera impulsado por el amor busca con fe, de cualquier modo que sea, adorar una forma cualquiera (de Dios), yo soy el que promueve esa fe", y (IV, 11) "Sea como sea el modo con que los hombres se acercan a Mí, les premio, ya que el sendero que eligen desde cualquier lugar es el Mío" (13).
Tenemos la misma palabra de Cristo, que vino para llamar no a los justos sino a los pecadores (Mt. IX, 13). ¿Qué podemos deducir de esto sino, como dice San Justino, "Dios es la Palabra de la cual todo el género humano es partícipe y por la cual los que viven conforme a la razón son cristianos aunque se les cuente entre los ateos... Sócrates y Heráclito entre los bárbaros y Abraham y otros muchos"? Así también el maestro Eckhart, el mayor de los místicos cristianos, habla de Platón (al que el musulmán Yili muestra en una visión "llamando al mundo con su luz") como un "gran sacerdote" que ha encontrado "el camino antes del nacimiento de Cristo". ¿Estaba equivocado San Agustín cuando afirmó que "lo que ahora llamamos religión cristiana no faltaba entre los antiguos desde el comienzo de la humanidad, hasta que Cristo vino en carne, después de lo cual la verdadera religión que ya existía comenzó a llamarse cristiana"? ¡Qué no hubiera retractado estas magníficas palabras y la sangrienta historia del Cristianismo se hubiera escrito de otro modo!
Hemos llegado a concebir la religión más como un conjunto de reglas de conducta que como una doctrina sobre Dios; menos como una doctrina sobre lo que debemos ser que sobre lo que hemos de hacer; y porque hay necesariamente un elemento contingente en cada aplicación de los principios a los casos particulares, hemos llegado a creer que la teoría debe diferir de la práctica. Esta confusión de las expresiones necesarias con los fines transcendentes (como si se pudiera alcanzar la visión de Dios a fuerza de palabras) ha tenido un desastroso resultado para el Cristianismo, tanto en un desarrollo interno como en su proyección externa. Cuanto más se han entregado la mayoría de las iglesias al "servicio social", más ha decaído lo más importante de su influjo; una época que mira al monacato casi como una huida inmoral queda indefensa Y principalmente porque la religión se ha ofrecido al hombre moderno en términos nauseabundamente sentimentales ("sed buenos, dulces niños", etc.) y no ya como un desafío intelectual, es por lo que tantos se han rebelado pensando que eso "es todo lo que hay" en la religión. Esa insistencia en la ética (e incidentalmente, el olvido de que la doctrina cristiana tiene mucho que ver con la praxis, es decir, con la industria, con la creatividad, en una palabra, con todo lo que concierne directamente con la acción) es manejada por los escépticos; pues lo deseable y conveniente de las virtudes sociales es tan evidente que se siente que si esto es todo lo que la religión significa, ¿qué necesidad hay de introducir a un Dios para sancionar formas de conducta cuya conveniencia nadie niega? ¿Por qué necesariamente? Al mismo tiempo, este énfasis exclusivo sobre la moral y ese desprecio de los valores intelectuales (que en último término, según la doctrina cristiana ortodoxa, son los que sobreviven a nuestra disolución), invitan a la repulsa de los racionalistas, que sostienen que la religión nunca ha sido otra cosa que un modo de drogar a las clases inferiores y mantenerlas tranquilas.
Contra todo esto, la severa disciplina intelectual que un estudio serio de las religiones y filosofías orientales, incluso de las primitivas, exige, puede servir para un útil correctivo. La tarea de cooperación en el campo del estudio comparado de las religiones es de las que exigen la más alta competencia; si no podemos proporcionar lo mejor de nosotros para la empresa, sería más seguro no meterse en ella. Pronto va a llegar el tiempo en que será tan necesario para el hombre que se llama "culto" saber árabe, sánscrito o chino, como ahora lo es el leer latín, griego o hebreo. Y esto sobre todo en el caso de los que han de enseñar sobre las creencias de otros pueblos, ya que las traducciones existentes son muchas veces inadecuadas por diversas razones, y si vamos a saber si es verdad o no que todos los hombres creyentes han adorado hasta ahora y aún adoran al mismo Dios, aunque con nombre inglés, latino, árabe, chino o navajo, uno tiene que escudriñar los libros sagrados del mundo y no hay que olvidar que "sine desiderio mens non íntelligit".
Tampoco podemos emprender estas tareas de información por motivos interesados; lo mismo que en todas las demás actividades educativas, aquí el esfuerzo del maestro debe dirigirse al interés y al provecho del alumno, y no a lo bueno que él pueda hacer sino a lo bueno que pueda ser. La sentencia de que "la caridad empieza por uno mismo" no es precisamente una expresión de cinismo; más bien se emplea para demostrar que el hacer el bien es posible únicamente cuando somos buenos, y que si somos buenos haremos el bien, actuando o dejando de actuar, por la palabra o por el silencio. Hay una sana enseñanza cristiana según la cual el hombre tiene primero que conocerse y amarse a sí mismo, a su hombre interior, antes de amar a su prójimo.
Es lo que pasa con el alumno que por primera vez se introduce en nuestra concepción de la enseñanza de la religión comparada. Quedará aturdido por el efecto que sobre su concepto de la fe cristiana puede producir el reflexionar sobre doctrinas similares expresadas en otro lenguaje y por el significado de los que para él son extrañas e incluso grotescas formas de pensamiento. Siguiendo los "vestigia pedis", el alma, "en ardiente seguimiento de su presa, Cristo", reconocerá una modalidad de expresión del espíritu que llega hasta nosotros desde los pueblos cazadores de la Edad de Piedra; una doctrina caníbal en la de la Eucaristía y el sacrificio del Soma; y la teoría de los "siete rayos" del Sol inteligible en la de los siete dones del Espíritu y en los "siete ojos" del Cordero del Apocalipsis y de Cuchulaim. Puede encontrarse mucho menos inclinado que lo que está ahora a recelar ante las expresiones más audaces de Cristo o de San Pablo sobre la "ruptura entre el alma y el espíritu". Si se rebela contra el mandamiento de odiar "no solo a sus parientes más próximos sino incluso a su primera alma" y prefiere la expresión suave de la "Autorized Version" en la que "vida" reemplaza a "alma"; o si le gusta más interpretarla en el sentido ético de "negarse a sí mismo", aunque la palabra equivalente de negarse sea rechazar completamente; si él empieza ahora a darse cuenta de que el alma es polvo que vuelve al polvo mientras es el espíritu el que vuelve a lo que lo infundió, y que para los teólogos, tanto árabes como hebreos. este "alma" (nefesh, nafs) viene a ser la indivisión "carnal" en la que piensan los místicos cristianos, cuando afirman "que el alma debe entregarse a la muerte", que nuestra existencia (distinguiendo "esse" de "essentia", "génesis" de "housía", "bhu" de "as") es un crimen: y si relaciona todas estas ideas con las exhortaciones islámicas o indias a "morir antes de que mueras" y con la expresión paulina de "Vivo, pero no yo", entonces puede quedar menos inclinado a ver en la doctrina cristiana una promesa de vida eterna para un "alma" que se ha hecho concreta en el cuerpo, y mejor preparado para mostrar que las "pruebas" espirituales de la supervivencia humana, aunque válidas, tienen con todo valores religiosos.
La mentalidad del estudiante imbuido en ideas demoníacas, para el que el verdadero nombre de un "derecho sino" puede ser ininteligible, es probable que se revele agriamente si se da cuenta de que, como recuerda el profesor Bucker, "la auténtica noción del reino de Dios, en la tierra, depende de su revelación del sentido profundo de la realeza oriental", ya que puede haber olvidado, en su legítimo horror por toda dictadura, que la definición clásica de "tiranía" es la de "un rey que gobierna para su propio interés".
Y esto no es una presentación unilateral; no seria fácil exagerar la alteración que puede encontrarse en la estela del Cristianismo por un hindú o un budista cuando se les da la oportunidad de entrar en un contacto más íntimo con el tono de pensamiento que llevó a Vicent de Beauvais a hablar de la "ferocidad" de Cristo y a Dante a maravillarse de "la multitud de dientes con que el Amor muerde".
¿Contemplan unos un nombre y otros otro? Todos son indicios eminentes del transcendente, inmortal, incorpóreo Brahma: esos nombres son para ser contemplados, alabados y al fin negados. Pues por ellos uno penetra cada vez más profundamente en estos mundos; pero, "cuando todo llega a su fin, entonces toca alcanzar la Unidad de la Persona" (Maitrí Upaníshad). Quien conozca este texto y nada de la ciencia occidental, se sentirá sin duda movido a una cordial comprensión cuando sepa que los cristianos también siguen una vía affirmativa y una vía remotionis. Quien quiera que haya sido instruido en la doctrina de "liberación de los pares y los opuestos" (pasado y futuro, placer y dolor, etc., las Symplegadas del folklore) se conmoverá ante la descripción que hace Nicolás de Cusa del muro del Paraíso en el que Dios mora, como "construido de contradictorios", y por la que hace Dante de lo que está detrás de ese muro "sin polos y fuera del espacio" y "donde cada cosa y cada cual es irradiado". Todos tenemos que darnos cuenta con Jenofonte de que "cuando Dios es nuestro maestro, llegamos a pensar del mismo modo".
Pero hay tantos de esos hindúes y budistas cuyo conocimiento del Cristianismo y de los grandes escritores cristianos es virtualmente nulo como cristianos cultos cuyo conocimiento real de otras religiones, o incluso de la suya, es virtualmente nulo, porque nunca han imaginado que deben ser vividas esas otras creencias. Precisamente, como no puede haber real conocimiento de un idioma si no hemos participado, al menos imaginativamente, en las actividades que el idioma expresa, así no puede haber un conocimiento real de una "vida" si no la hemos vivido en cierto modo. El mayor de los santos indios modernos ha practicado realmente la doctrina cristiana y la islámica, es decir, ha adorado a Cristo y a Alá y ha encontrado que todo lleva a la misma meta. Podía hablar por experiencia de la igual validez de todas estas "vías" y sentir el mismo respeto por cada una, aunque prefiriendo para sí la única con la cual todo su ser concordaba por nacimiento, carácter y afición. ¡Qué catástrofe habría sido para sus compatriotas y para el mundo si se hubiera "hecho cristiano"! Hay muchos senderos que llevan a la cumbre de una misma y única montaña; sus diferencias serán más evidentes cuanto más abajo estemos, pero se desvanecen en la cima; cada cual querrá naturalmente tomar la que parte del punto en que se encuentra, el que rodea la montaña buscando otro no es un escalador. Nada nos autoriza a acercarnos a otro creyente para pedirle que se convierta en uno de nosotros, pero sí podemos acercarnos a él con respeto como a quien es ya uno de Aquello que es y de cuya belleza inalterable dependen todos los seres contingentes.
NOTAS
1. A. Coomaraswamy, "Am I My Brother's Keeper?".
2. Ruth Benedict, "Patterns of Culture", New York, 1934, p. 5.
3. E. R. Goodeenough, "Introduction to Philo Judaeus", New York, 1940.
4. J. M Plumer, "China´s High Standardof Living", Asia and the America, feb. 1944.
5. Alfred Jeremias, "Altorientalische Geiteskultur", Vorwurt.
6. Sistema que interpreta a los dioses griegos como personalidades históricas. Su nombre proviene de Evemero de Mesina, contemporáneo de Alejandro Magno que, en su obra "Hiera anagraphe" (inscripciones sagradas), escrita como narración de un viaje, va indicando quiénes fueron en su origen humano los dioses. (N del T.).
7. Plutarco, "Isis y Osiris", 67 ("Moralia", 377). William Law, a continuación de la cita del texto, dice: "No hay una salvación para el judío y otra para el cristiano y otra tercera para el pagano. No, Dios es uno, una la humana naturaleza y uno el camino para la salvación, que es el deseo de orientar hacia Dios el alma". De hecho, esto se refiere al "Bautismo de deseo" o "del Espíritu" como distinto del bautismo de agua que encierra una pertenencia efectiva a la comunidad cristiana y sólo modifica el dogma cristiano de extra Ecclesiam nulla salus. El problema real es el del significado exacto de la palabra "Iglesia Católica"; nosotros decimos que ello no significa ninguna religión determinada, sino la comunidad o el conjunto de todos los que aman a Dios. Como dice también William Law, "El principal mal de una secta es éste: que se considera a sí misma como necesaria para la verdad, y la verdad se encuentra solamente cuando se sabe que no es propiedad de la secta, sino libre y universal como la divinidad de Dios y común a todas las denominaciones y pueblos como el aire y la luz de este mundo".
8. R. A. Nicholson, "Mystics of Islam", 1914, p. 105. También dice: "Si él (el adepto de determinada religión) comprende la sentencia de Junayd: el color del agua es el color de lo que contiene el agua, no se interferirá en las creencias de los demás sino que percibirá a Dios en cada forma y en cada creencia" (Ibn-al-Arabí).
9. Nicholson, "Studies in Islamic Mysticism", 1921, p. 159. Y "Desde entonces supe que no había muchos dioses para la adoración de los hombres, sino un único Dios que tenía muchos nombres y muchas formas, que es representado y nombrado según las condiciones aparentes de las cosas"
10. R. A. Nicholson, Diwani Sham-i -Tabriz, l898, p. 238;cfr. P. 221.V. Faridu´din Attar en el Coloquio de los Pájaros: Pues si bien hay diferentes caminos para hacer el viaje, no hay dos pájaros(almas) que vuelen del mismo modo. Cada cual encuentra su propio camino en esta ruta del conocimiento místico, uno por el significado del mihrab, otro a través del ídolo.
11. Sir George Birdwood, "Shiva", 1915, p. 28.
12. Sir Arunachalam, "Studies and Translations", Colombo, 1937.
13. Traducción de Sir George Grierson, 1908, p. 347.
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